miércoles, 5 de enero de 2022

Excursión a las minas de cobre de Biel por Francisco José Cebolla Peribáñez


 

Un sábado del mes de agosto de 1994, ocho horas de la mañana. Mariano Esteban, José Ayala y un servidor nos disponemos a viajar a las minas de cobre de Biel. Sabíamos, gracias al libro "Minerales de Aragón", que en tiempos se obtuvieron en estas minas grandes planchas de cobre nativo, junto con malaquita y azurita. Con la esperanza de encontrar algo de cobre, emprendimos el viaje. Eran las 9:30 de la mañana cuando llegamos a dicho pueblo. El único de los tres que había estado allí era José Ayala, aunque hacía bastante tiempo y no recordaba bien el lugar.


Paramos el coche a la entrada del pueblo y preguntamos a unas señoras si nos podían indicar el camino a las minas. Nos dijeron que estaban muy lejos y que eran difíciles de encontrar. De todas formas nos indicaron el camino. Con el coche atravesamos un bosque y tras unos 6 Km de pista, el vehículo no pudo avanzar más, ya que hay un pequeño riachuelo que invade el camino. Dejamos el coche y comenzamos a andar. Después de un kilómetro encontré una piedra que contenía algo de malaquita, lo cual nos animó. Íbamos por buen camino. Al cabo de otro kilómetro aparecieron una caseta medio derruida y algo parecido a una escombrera. Rápidamente nos pusimos a picar pero no encontramos nada. Un poco más adelante encontramos unas pequeñas instalaciones donde parecía que en otros tiempos hubiera habido actividad. Nada nos llamó la atención, así que continuamos la marcha.



Andamos unos 20 minutos más. Mariano y yo, decidimos parar mientras José continuaba solo. Regresó al cabo de urato sin haber encontrado ningún indicio. Regresamos a las instalaciones anteriores y, al otro lado de un riachuelo, José encontró la entrada a una galería, no sin antes sortear unas hermosas matas de pinchos que se clavaban como agujas. Entró pero no encontró más que algunos indicios de azurita. Mientras yo hacia algunas fotos, Mariano daba buena cuenta de su bocadillo. Una vez acabamos de almorzar subí por encima de las instalaciones y empecé a romper piedras que contenían azurita y malaquita. Al golpear una roca apareció ante mis ojos una pequeña mancha rojiza de un centímetro. ¿Sería cuprita? Enseñé la muestra   a los compañeros y me lo confirmaron. Les dije donde la encontré y seguimos investigando la zona. Encontramos, tras unos matorrales, una pequeña escombrera. José empezó a picar y "bingo", apareció ante sus ojos el primer indicio de cobre nativo. Lo habíamos redescubierto. Empezamos a picar y fue saliendo el cobre, primero en pequeñas manchas y luego en formas arborescentes de pocos milímetros.




Todos recogimos suficientes muestras y al final decidimos regresar. A pesar del calor de agosto, la alegría embriagaba nuestro caminar, y este se nos hizo más corto. Ya en el coche comentamos la buena suerte de nuestro hallazgo, y la inyección de ánimo que supondrá para la gente que trate de encontrar cobre nativo en las minas de Biel. Aunque lejos de encontrar aquellas placas de 10 cm que comentan los libros, las muestras tenían un valor incalculable para nosotros. Fue una agradable excursión, muy recomendable, tanto por el paseo como por el paisaje.





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